Después de 21 años, fui a mi primera mascletà libre y voluntariamente. Estuve los cinco minutos que duró mirando el suelo totalmente aburrida. Y después de asistir, sigo sin entender por qué gusta tanto a la gente y, sobre todo, por qué aplauden y vitorean con entusiasmo. Siempre he dicho que para poder juzgar algo primero hay que probarlo, ahora puedo criticar las mascletàs con pleno juicio.
Visité dos de las fallas más importantes de Valencia: Convento Jerusalén y Nou Campanar. Debo decir que me quedé asombrada de tanta belleza, lástima que siempre se banalicen esas fallas al darle mayor importancia al diner,o, espectáculo y rentabilidad que a la propia falla en sí.
La Nit del Foc es la noche que más me gusta de estas fiestas. Veinte minutos de fuegos artificiales iluminando el cielo con colores y formas que terminan abrumando a la vista. Este año pude observarla desde la azotea de mi finca con mis dos mejores amigos, sin ruido, gente ebria o carretillas, compartiendo esos momentos con las dos personas más geniales del mundo. Tal vez, sin ellos, esos momentos no serían tan perfectos.
La cremà fue un gran espectáculo de petardos por todas partes y columnas de humo contaminante por toda Valencia y alrededores. El humo, junto con las cenizas ardiendo, formaban una espiral de luces que flotaban por el ambiente, poca gente depararía entonces de lo tóxico y contaminante que resulta quemar kilos y kilos de madera, corcho, pintura y plásticos.
Y con la destrucción de bellas y no tan bellas fallas, de quemar el trabajo de un año entero, decimos adiós a un invierno que no ha cumplido sus expectativas dando la bienvenida a una primavera que no sabe si será o no será tal cosa.