lunes, 7 de mayo de 2012

Eran las seis de la mañana y estábamos sentados en un banco totalmente solos, cerca del Palau de la Música. Con la cabeza apoyada en su hombro y mirando el suelo, sin pensar en nada, me susurró:

- ¿Te has fijado? Un pájaro se ha caído del árbol y está en el suelo.

Me levanté y comencé a acercarme. Era una paloma bastante grande y no se movía. Me situé delante de ella y me agaché a observarla. Tenía un color pardusco y su cuerpo se movía muy poco, respiraba cuanto apenas. Pasé mi dedo índice por su cabecita, acariciando su cuerpo, su cola. Se estremeció levemente y abrió el pico, pero no hizo nada más. No sé cuánto tiempo estuve acariciándola, pero cuando me di cuenta, su cuerpecito no se movía, no respiraba. Había muerto. Miré a Borja horrorizada, el cual me observaba impasible en el banco. Me levanté de allí, comencé a andar hacia él y me senté en sus rodillas. Me puse a llorar.

-¿Estás llorando?
-No, yo nunca lloro.
-¿Entonces?
-No es nada.

Nos levantamos y andamos hacia ninguna parte.

-¿Sabes qué es lo bueno de presenciar la muerte?
-¿Qué?
-Que te hace sentir realmente vivo.

Nunca en mi vida había visto morir a nadie y sin quererlo, como una simple espectadora, vi cómo una paloma moría sin poder hacer nada por ella.