viernes, 18 de febrero de 2011

Verte acariciar las teclas del piano me tranquiliza y agrada. Con mimo y respeto, seguridad. Cerrar los ojos y dejar tu oído libre, contagiarte de la melodía que penetra por cada poro de tu piel y florece en todo tu cuerpo. Fluye por tus venas, viaja hasta el centro del hipotálamo, dibujas una sonrisa permaneciendo concentrado. Fascinante. Enigmático.
La melodía huele a amor y a desamor, un quiero y no puedo de un hombre parcialmente sordo y una joven damita. Una partitura triste y sincera. La carta de amor más discreta y emotiva que pocos grandes músicos han podido retratar.

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