jueves, 24 de marzo de 2011

En un principio no había nada. Y esa nada no estaba ni vacía ni era indefinida: se bastaba a sí misma. Y Dios vio que aquello era bueno. Por nada del mundo se le habría ocurrido crear algo. La nada era más que suficiente: lo colmaba.
[...]
Dios era la satisfacción absoluta. Nada deseaba, nada esperaba, nada percibía, nada rechazaba y por nada se interesaba. La vida era plenitud hasta tal punto que ni siquiera era vida. Dios no vivía, existía.

Amélie Nothomb, Metafísica de los tubos


Son las dos de la mañana. No tengo sueño, me duele la cabeza y mientras voy escribiendo esto pienso al mismo tiempo cuanto tardaré en borrarlo. También pienso en el mejor amigo que he tenido nunca, en lo que pudo ser y nunca fue y el cual he despotricado tanto hasta quedarme sin adjetivos y en el que por dentro estaba deseando que volviese a aparecer.
No sé qué quiero.
Bueno, sí, le pese a quien le pese, quiero ser esa persona que te robe sonrisas y te coja la mano tímidamente mientras paseamos por esa gran urbe.

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